sábado, 10 de octubre de 2009

La insustituible Sole Giménez se reencuentra con México


La carrera en solitario de Sole Giménez es más prolongada de lo que se cree. Comenzó en los años 90 cuando como invitada estelar de Ana Belén, Joan Manuel Serrat o Revólver inyectaba vida a canciones que le fueron ofrecidas para que cobraran otra dimensión con su único y peculiar estilo, canciones que no tomaba prestadas, más bien le pertenecían por derecho de autenticidad. Luego realizó sus primeras incursiones en la interpretación de canciones de autor con un grupo de amigos jazzistas liderados por Ximo Tébar en modestos conciertos a la par de su trabajo con Presuntos Implicados. Entonces ya cantaba versiones de Fito Páez, Caetano Veloso, Djavan o boleros clásicos, incluso años antes del proyecto Versión Original. Pocos conocemos la existencia de esa faceta, muchos menos fueron los afortunados en escuchar aquella Latin Jazz Experience.
Sería hasta 2004 cuando Sole sorprendería a propios y extraños con Ojalá, un valiente disco donde aparecía ya con su nombre de pila en primer plano, arropada por sí misma fuera del grupo que todavía encabezaba. De él hubo poco eco en Latinoamérica así como de su inédito sucesor (La felicidad, de 2008), en parte por falta de difusión en la prensa local y poca promoción por parte de su compañía discográfica, incluso por alguna situación absurda como el lanzamiento de una edición sin portada con fotografía para México, como para remarcar un bajo alcance de difusión.
A tres años de haber abandonado el grupo del que fue seña absoluta de identidad durante la mitad de su propia vida, Sole vuelve a México, siete años después de no pisar el país, para presentar Dos gardenias, el trabajo en que se muestra plena y más segura a pesar de la gran pretensión de renovar un repertorio de canciones atemporales de gran magnitud, tarea aparentemente atrevida que logra sin dificultad y donde indirectamente educa a sus más jóvenes escuchas mediante una agradable degustación musical.
Sole brilla ahora con luz y calidez propia y con una humildad que incluso, la hiciera mentir en México pues ha confesado públicamente que todos somos sustituibles si bien ella, como la mujer inteligente que es, sabe que por lo menos en su caso nadie ocupará un sitio construido con esfuerzo, dedicación y corazón durante 23 años. Toda una vida.
Pero la vida sigue y sólo le faltaba desprenderse de los miedos para afrontar interesantes retos, para hallar nuevos ecos de libertad por mero gusto y en ese camino prometedor seguir cautivando con su voz como medio de transporte. La carrera lleva ya buen tramo acumulado pero están delante nuevas promesas con la ventaja de la bendita experiencia y la gallardía de querer superarse para alcanzar un nivel siempre coherente.
Sole se transforma porque no puede –ni debe- perderse en el silencio, da sin esperar algo a cambio y por ello recibe lo propio de regreso mediante el re-conocimiento. Sole regala sentimientos, momentos y compañía indirecta a través de las canciones, y sin pretenderlo recoge halagos que no sabe responder por su constante humildad. Quien da de corazón no espera algo a cambio pero en algún momento es retribuido en palabras o en acciones, fuera de los sueños, en la realidad más tangible donde la voz siempre está de por medio, la voz en todo momento.

Y la gratitud tan olvidada en estos tiempos difíciles es aún muy necesaria en el día a día. La gratitud de Sole es reflejo de la conciencia detrás del talento, derrochada ante una minoría afortunada por sensibilidad más que por casualidad.
La presentación de Dos gardenias ha sido tan breve e intensa como un suspiro, como todo reencuentro. Guitarra y voz para 5 temas en vivo –Toda una vida, Aguas de marzo, Vivir sin aire, Esperaré, Yo vengo a ofrecer mi corazón- han sido la carta de presentación en México de una cantante muy querida y apreciada entre el público sensible que ha estado disperso en los últimos años y que quizá vuelva a unirse pronto en torno a su voz pues esta ocasión tan sólo pocos afortunados hemos acudido a la degustación para hacernos recordar por qué seguimos con el ancla aún asida al fondo del mar.
Un servidor, en que mostraba más seguridad y menos nervio entre los seguidores ahí reunidos, mostraba torpeza detrás de una videocámara y no pudo lanzar alguna pregunta para no invadir el terreno de los periodistas, ni siquiera poder levantar la voz para pedir el título de su más reciente canción preferida: Todo se transforma. Y sin embargo recibí con emoción cada palabra y cada nota como merecida recompensa a una fidelidad de más de una década.
A un día de haber vivido un cúmulo de agradables sensaciones como un regalo impagable sólo me queda decir de nuevo: gracias Sole por seguir en pie de lucha, por seguir cultivando la belleza con tu presencia y tu voz, gracias por tu sincera y hermosa mirada, gracias por tu irremplazable talento, gracias de corazón.

Israel Baxin, octubre 9 de 2009