miércoles, 27 de abril de 2011

Los días con y sin Rita

Conocí la música de Santa Sabina a finales de los noventa cuando mi hermana compró su Concierto acústico del 95 en disco compacto para explorar un poco de la música que ella escuchaba con sus amigos de la universidad. Entonces yo tendría 14 años y aunque varias de esas canciones me parecían difíciles de comprender hubo dos que me gustaban particularmente: Qué te pasó y Vampiro, quizá por la mezcla entre misticismo y sofisticación entre los textos y la música. Poco tiempo después casi por accidente logramos obtener los primeros tres discos de estudio de Santa Sabina (el homónimo, Símbolos y Babel) en un intercambio que hoy veo a distancia como una aparente casualidad pero que me acercó al que, sin duda, puedo calificar como el mejor grupo de rock que ha dado nuestro país, el que definitivamente tenía que llegar y anclarse a mi vida y por el único que me esforzaba en ver en concierto cada que fuera posible y las circunstancias me favorecieran durante mis años en el bachillerato y la universidad.
En el verano del año 2000, supe de la presentación que tendría Santa Sabina en el Teatro Metropólitan para presentar su primer placa independiente: Mar adentro en la sangre, concierto por el cual pagamos una cantidad realmente simbólica y que definitivamente nos ancló al grupo pues la energía que creaban en el escenario complementaba y acrecentaba el talento del grupo percibido en sus discos. De aquella noche recuerdo esperar con ansias canciones como A la orilla del sol y Ajusco Nevado, que eran parte de mis favoritas, las cuales afortunadamente escuché, igualmente impactado por interpretaciones de otros temas como Dix, Mírrota, La garra o Chicles, las cuales había escuchado sin detenimiento, hasta ese día. Seguramente era la mezcla de intensidad rayando en la locura de unas canciones con otras más tranquilas, nunca suaves, más bien desgarradoras, lo que Rita y los músicos de la Santa Sabina lograban que aquellos que los seguíamos pasáramos por distintos momentos eufóricos, ya sea como música de fondo en nuestras casas o en los conciertos en los que minorías y multitudes nos dábamos lugar, en los que siempre nos veíamos sorprendidos por un repertorio distinto y correspondidos por el grupo, quienes manifestaban un respeto tremendo por el público y por el escenario como espacio sagrado.
Entre el 2000 y 2008 los vi y escuché en concierto entre 15 y 18 veces, en foros tan dispares como el Teatro de la ciudad, el Metropólitan, el museo de la ciudad de México y el del chopo, en el estudio del IMER, el zócalo capitalino, la Planta de luz, la casa Jaime Sabines, Rockotitlán, el Vive Latino… Dieron conciertos por causas (la marcha zapatista en el 2000, recaudar fondos para la salud de Patricio Iglesias en 2004, protestar por la elección del 2006 en paseo de la Reforma), por despedidas (cuando se fue Juan Sebastián del grupo) o reencuentros (el Vive Latino 08, que con sus 45 minutos nos supo a poco), presentando sus discos independientes (Mar adentro, Espiral y el inolvidable XV aniversario)… Sin duda la energía que su música impregnaba, nos hacía ir a los seguidores fieles, a todo concierto al que nos fuera posible por distancias, difícilmente ausentes por ganas o por dinero pues muchos fueron gratuitos o realmente económicos.
Desde que conocí a Santa Sabina, su música jamás dejó de acompañar diferentes momentos o estados anímicos, en los que por mencionar algunos títulos como Siente la claridad, El ángel, Solo el mar, El camino es el deseo, Laberintos, Luz del mar, Signo del deseo, Súbete otra vez, Invitación o Domingo fueron canciones que se quedaron ancladas a mi vida.
En agosto del año pasado (2010) casi por accidente me enteré de la presentación del Ensamble Galileo en el ex-palacio de la Inquisición, acudí con dos amigos con quienes compartí la percepción de ver a Rita con la salud quebrantada, entonces aún no se hacía pública su enfermedad, sino semanas después. Ese día nos llenó una vez más con la luz que tan solo ella transmitía mediante la sensibilidad de sus movimientos y de su voz.


En diciembre mi hermana y yo acudimos al homenaje en vida, “Rita en el corazón”, noche realmente emotiva en la que hubo una entrega absoluta de los músicos y el público que estábamos reunidos en torno a los deseos de que Rita mejorara para que nos siguiera compartiendo su amor a través de la voz, su vía artística. Esa noche se reunieron, después de una tocada de cinco horas (ofrecida por músicos amigos de Rita), todos los músicos que en algún momento formaron parte de Santa Sabina. Por primera y única vez juntos, Poncho Figueroa, Jacobo Lieberman, Pablo Valero, Patricio Iglesias, Juan Sebastián Lach, Alex Otaola, Julio Díaz, Leonel Pérez y Aldo Max acompañaron a Rita tocando canciones de todas sus etapas, de sus inicios hasta el Espiral. Rita cantó maravillosamente, superándose a sí misma, como nunca la habíamos escuchado. Los más optimistas pensamos que tras su recuperación habría alguna reunión del grupo después de esos seis años de silencio formal, si bien tocaron en 2006 y 2008 en eventos muy puntuales.
Desgraciadamente no fue así pues Rita se nos adelantó tres meses después, el viernes 11 de marzo, noche que le lloramos y nos llenó de pena por la incertidumbre de su partida. Casi a medianoche del sábado 12, mi hermana y yo llegamos al Claustro de Sor Juana a despedirnos de ella, en un velorio emotivo, digno de su persona, tanto por el lugar en el que se realizó (la capilla donde yacen los restos de Sor Juana) como por el toque ritual siempre presente en sus puestas en escena (veladoras, flores, incienso y elementos indígenas) y por la música con jaranas que tocaban sus amigos más cercanos. Rita se manifestó de diversas maneras esa noche y sin dudarlo nos volvió a tocar el alma con la suya, que ascendía luminosa por un extraño efecto visual sobre su cuerpo.
Cuando mueren personas jóvenes embarga una tristeza muy particular, porque las expectativas se ven cortadas en una vida promisoria. Cuando además de la juventud se tiene a una persona talentosa, se lamenta doblemente la partida pues el legado que nos dejan pareciera que se corta, que pudieron aportarnos muchas más cosas. La ausencia de Rita nos ha hecho sensibilizarnos sobre muchos aspectos (recuerdo que la intención de Sin aliento era, precisamente, una reflexión sobre la muerte) en torno a la pérdida, pues quienes la admiramos, nos vimos tocados en profundidad por su arte y su ejemplo siempre coherente, hasta el último de sus días. Basta escuchar desde aquel concierto de diciembre las letras de sus canciones con interpretaciones subjetivas que antes no eran notorias para seguir descubriendo que el arte honesto y bien realizado siempre tiene algo nuevo por aportar.

En mi caso, por influencia indirecta de Rita y Santa Sabina tuve una formación aparentemente empírica sobre distintas manifestaciones del arte, mi apreciación a partir de escucharlos y acudir a sus conciertos fue muy distinta. Ese conjunto de poesía, puesta en escena, performance y música de alta calidad no lo he visto repetido en grupo alguno de otro género, nacionalidad o poder adquisitivo, simplemente Santa Sabina fue un grupo único e irrepetible. A través de la voz de Rita muchos conocimos o nos acercamos al trabajo de poetas como Adriana Díaz Enciso, Jordi Soler, Xavier Villaurrutia o Charles Baudelaire, gracias a la postura política de Santa Sabina nos interesamos en causas como la situación indígena de nuestro país o nos dimos cuenta que el arte desde la esfera independiente también es posible con resultados dignos y de gran calidad. Las que enumero, tan solo son algunas de las situaciones de las que unos y otros nos hemos visto empapados de distintas maneras, sin ser exclusivamente parte de minorías, con tendencias de izquierda o idealistas, sino más bien críticos de la circunstancia vivida en cada momento por el que pasa nuestro país y por el que nos vemos afectados como jóvenes, artistas, escritores o como simples personas conscientes de nuestra realidad.
Los días sin Rita han sido de mucha confusión pues una gran líder no está más para encabezar en el escenario con su voz y su palabra. Aldo Max y Claudio se quedan sin la mujer más amada en su casa. Sus amigos sin esa compañía siempre agradable y que inspiraba. Los seguidores de Santa Sabina y Ensamble Galileo nos quedamos consternados porque a pesar de que el arte que Rita nos dejó de manera material o inmaterial se queda en nuestras mentes y en nuestras casas, sentimos un vacío que no se llenará, sólo cicatrizará, pero habrá dejado una marca profunda en nuestros corazones a pesar de no haberla tratado personalmente más allá de un saludo o un agradecimiento después de los conciertos.


Pienso que ahora nos quedan las fotografías que le tomamos o que nos concedió con ella, con las dedicatorias hechas por su pulso, con sus discos y videos, con el anecdotario de cada concierto, con los amigos conocidos a través de su música, pero más allá de eso, quienes la conocimos nos quedamos con su “voz inmaterial, luz líquida”, esos toques de claridad para los momentos oscuros, con los que nos seguirá emocionando porque ha trascendido en vida y fuera de ella, como pocos lo logran.
Gracias a Rita, gracias a Santa Sabina y al Ensamble Galileo por el legado que nos dejan y por todos los buenos momentos otorgados en torno al arte y a las causas. Gracias una vez más.

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