
En el verano del año 2000, supe de la presentación que tendría Santa Sabina en el Teatro Metropólitan para presentar su primer placa independiente: Mar adentro en la sangre, concierto por el cual pagamos una cantidad realmente simbólica y que definitivamente nos ancló al grupo pues la energía que creaban en el escenario complementaba y acrecentaba el talento del grupo percibido en sus discos. De aquella noche recuerdo esperar con ansias canciones como A la orilla del sol y Ajusco Nevado, que eran parte de mis favoritas, las cuales afortunadamente escuché, igualmente impactado por interpretaciones de otros temas como Dix, Mírrota, La garra o Chicles, las cuales había escuchado sin detenimiento, hasta ese día. Seguramente era la mezcla de intensidad rayando en la locura de unas canciones con otras más tranquilas, nunca suaves, más bien desgarradoras, lo que Rita y los músicos de la Santa Sabina lograban que aquellos que los seguíamos pasáramos por distintos momentos eufóricos, ya sea como música de fondo en nuestras casas o en los conciertos en los que minorías y multitudes nos dábamos lugar, en los que siempre nos veíamos sorprendidos por un repertorio distinto y correspondidos por el grupo, quienes manifestaban un respeto tremendo por el público y por el escenario como espacio sagrado.

Desde que conocí a Santa Sabina, su música jamás dejó de acompañar diferentes momentos o estados anímicos, en los que por mencionar algunos títulos como Siente la claridad, El ángel, Solo el mar, El camino es el deseo, Laberintos, Luz del mar, Signo del deseo, Súbete otra vez, Invitación o Domingo fueron canciones que se quedaron ancladas a mi vida.
En agosto del año pasado (2010) casi por accidente me enteré de la presentación del Ensamble Galileo en el ex-palacio de la Inquisición, acudí con dos amigos con quienes compartí la percepción de ver a Rita con la salud quebrantada, entonces aún no se hacía pública su enfermedad, sino semanas después. Ese día nos llenó una vez más con la luz que tan solo ella transmitía mediante la sensibilidad de sus movimientos y de su voz.

En diciembre mi hermana y yo acudimos al homenaje en vida, “Rita en el corazón”, noche realmente emotiva en la que hubo una entrega absoluta de los músicos y el público que estábamos reunidos en torno a los deseos de que Rita mejorara para que nos siguiera compartiendo su amor a través de la voz, su vía artística. Esa noche se reunieron, después de una tocada de cinco horas (ofrecida por músicos amigos de Rita), todos los músicos que en algún momento formaron parte de Santa Sabina. Por primera y única vez juntos, Poncho Figueroa, Jacobo Lieberman, Pablo Valero, Patricio Iglesias, Juan Sebastián Lach, Alex Otaola, Julio Díaz, Leonel Pérez y Aldo Max acompañaron a Rita tocando canciones de todas sus etapas, de sus inicios hasta el Espiral. Rita cantó maravillosamente, superándose a sí misma, como nunca la habíamos escuchado. Los más optimistas pensamos que tras su recuperación habría alguna reunión del grupo después de esos seis años de silencio formal, si bien tocaron en 2006 y 2008 en eventos muy puntuales.
Desgraciadamente no fue así pues Rita se nos adelantó tres meses después, el viernes 11 de marzo, noche que le lloramos y nos llenó de pena por la incertidumbre de su partida. Casi a medianoche del sábado 12, mi hermana y yo llegamos al Claustro de Sor Juana a despedirnos de ella, en un velorio emotivo, digno de su persona, tanto por el lugar en el que se realizó (la capilla donde yacen los restos de Sor Juana) como por el toque ritual siempre presente en sus puestas en escena (veladoras, flores, incienso y elementos indígenas) y por la música con jaranas que tocaban sus amigos más cercanos. Rita se manifestó de diversas maneras esa noche y sin dudarlo nos volvió a tocar el alma con la suya, que ascendía luminosa por un extraño efecto visual sobre su cuerpo.
Cuando mueren personas jóvenes embarga una tristeza muy particular, porque las expectativas se ven cortadas en una vida promisoria. Cuando además de la juventud se tiene a una persona talentosa, se lamenta doblemente la partida pues el legado que nos dejan pareciera que se corta, que pudieron aportarnos muchas más cosas. La ausencia de Rita nos ha hecho sensibilizarnos sobre muchos aspectos (recuerdo que la intención de Sin aliento era, precisamente, una reflexión sobre la muerte) en torno a la pérdida, pues quienes la admiramos, nos vimos tocados en profundidad por su arte y su ejemplo siempre coherente, hasta el último de sus días. Basta escuchar desde aquel concierto de diciembre las letras de sus canciones con interpretaciones subjetivas que antes no eran notorias para seguir descubriendo que el arte honesto y bien realizado siempre tiene algo nuevo por aportar.

Los días sin Rita han sido de mucha confusión pues una gran líder no está más para encabezar en el escenario con su voz y su palabra. Aldo Max y Claudio se quedan sin la mujer más amada en su casa. Sus amigos sin esa compañía siempre agradable y que inspiraba. Los seguidores de Santa Sabina y Ensamble Galileo nos quedamos consternados porque a pesar de que el arte que Rita nos dejó de manera material o inmaterial se queda en nuestras mentes y en nuestras casas, sentimos un vacío que no se llenará, sólo cicatrizará, pero habrá dejado una marca profunda en nuestros corazones a pesar de no haberla tratado personalmente más allá de un saludo o un agradecimiento después de los conciertos.

Pienso que ahora nos quedan las fotografías que le tomamos o que nos concedió con ella, con las dedicatorias hechas por su pulso, con sus discos y videos, con el anecdotario de cada concierto, con los amigos conocidos a través de su música, pero más allá de eso, quienes la conocimos nos quedamos con su “voz inmaterial, luz líquida”, esos toques de claridad para los momentos oscuros, con los que nos seguirá emocionando porque ha trascendido en vida y fuera de ella, como pocos lo logran.
Gracias a Rita, gracias a Santa Sabina y al Ensamble Galileo por el legado que nos dejan y por todos los buenos momentos otorgados en torno al arte y a las causas. Gracias una vez más.